jueves, 27 de julio de 2017

El cerebro no contiene memorias. Es memoria




 Recordemos nuestra memoria favorita: El momento en que vimos por primera vez la cara de nuestro hijo; El día en que nos dimos cuenta de que estábamos enamorados; El día del último examen de carrera. No es solo un recuerdo. Al reconstruirlo, nos acordamos de los olores, los colores, lo gracioso que otra persona dijo, y la forma en que esta vivencia nos hizo sentir.

La capacidad del cerebro para recopilar, conectar y crear mosaicos a partir de estas impresiones que duran  milisegundos es la base de cada memoria. Por extensión, es la base de nosotros mismos. Esto no es sólo poética metafísica. Cada experiencia sensorial provoca cambios en las moléculas de nuestras neuronas, remodelando la forma en que estas se conectan entre sí. Eso significa que nuestro cerebro está literalmente hecho de recuerdos, y los recuerdos constantemente rehacen nuestro cerebro. Este marco conceptual para la memoria se remonta a hace décadas. Y una extensa revisión publicada en la revista científica Neuron agrega un punto aún más fino: La memoria existe porque las moléculas, las células y las sinapsis de nuestro cerebro pueden marcar el tiempo.

Definir la memoria es tan difícil como definir el tiempo. En términos generales, la memoria es un cambio a un sistema que altera la forma en que el sistema funciona en el futuro. "Una memoria típica es realmente sólo una reactivación de conexiones entre diferentes partes de nuestro cerebro que estaban activas en algún momento anterior", según el neurocientífico Nikolay Kukushkin, de la Universidad de Nueva York,  coautor de este documento. Y todos los animales, junto con muchos organismos unicelulares, poseen algún tipo de habilidad para rememorar el pasado y aprender del mismo.

Como la babosa de mar. Desde una perspectiva evolutiva, es difícil dibujar una línea recta desde una babosa de mar a un ser humano. Sin embargo, ambos tienen neuronas, y las babosas de mar forman algo similar a los recuerdos. Si pellizcamos las branquias de una babosa de mar, esta se retractará más rápido la próxima vez que pretendamos volver a pellizcarla. Los investigadores encontraron conexiones de sinapsis que se fortalecen cuando la babosa de mar aprende a encoger sus branquias, y descubrieron las moléculas que causan este cambio. Sorprendentemente, las neuronas humanas tienen moléculas similares.

¿Qué tiene eso que ver con nuestra memoria favorita? "Lo que es único en las neuronas es que pueden conectarse a miles de otras neuronas, y a cada una de ellas de manera muy específica", según Kukushkin. Y lo que hace que esas conexiones sean una red es el hecho de que esas conexiones específicas, esas sinapsis, se pueden ajustar con señales más fuertes o más débiles. Así que cada experiencia-cada pellizco en las branquias- tiene el potencial de redibujar las fuerzas relativas de cada una de esas conexiones neuronales.

Pero sería un error creer que esas moléculas, o incluso las sinapsis que controlan, son recuerdos. "Cuando se profundiza en el estudio de las moléculas y en el estado de los canales de iones, las enzimas, los programas de transcripción, las células, las sinapsis y las redes completas de neuronas, se observa  que no hay un solo lugar en el cerebro donde se almacenen los recuerdos", según Kukushkin . Esto se debe a una propiedad llamada plasticidad, la característica de las neuronas que memorizan. La memoria es el propio sistema.

Y hay evidencia de que se forman memorias a través de  todos los individuos que forman  el árbol de la vida, incluso en criaturas sin sistema nervioso. Por ejemplo, los científicos han entrenado bacterias para que anticipen un destello de luz. Kukushkin explica que las memorias primitivas, como la respuesta de la babosa de mar, son ventajosas en una escala evolutiva. "Permite a un organismo integrar algo de su pasado en su futuro y responder a nuevos desafíos".

Los recuerdos humanos, incluso los más preciados, comienzan a una escala muy granular. El rostro de nuestra madre comenzó como un aluvión de fotones en nuestra retina, que envió una señal a nuestra corteza visual. Oímos su voz, y nuestra corteza auditiva transformó las ondas de sonido en señales eléctricas. Y las hormonas generaron el contexto de la experiencia que representa el bienestar que esa persona te hizo sentir. Estos y un número prácticamente infinito de otras entradas inundan en cascada nuestro cerebro. Kukushkin dice que nuestras neuronas, sus moléculas asociadas y las sinapsis resultantes codifican todas estas perturbaciones relacionadas en términos del tiempo relativo en el que ocurrieron. Además, empaquetan toda la experiencia dentro de lo que llamamos una ventana de tiempo.


Obviamente, ningún recuerdo existe por sí mismo. Los cerebros descomponen la experiencia en múltiples escalas de tiempo experimentadas simultáneamente, como el sonido se descompone en diferentes frecuencias percibidas simultáneamente. Se trata de un sistema anidado, con memorias individuales existentes dentro de múltiples ventanas de tiempo de duraciones variables. Y las ventanas de tiempo incluyen cada parte de la memoria, incluyendo intercambios moleculares de información que son realmente invisibles a la escala que percibimos el evento que estamos recordando.

Sí, esto es muy difícil de entender hasta para los neurocientíficos. Lo que significa que va a pasar mucho tiempo antes de que entendamos las claves de la formación de la memoria. "En un mundo ideal, seríamos capaces de rastrear el comportamiento de cada neurona individual en el tiempo ", según Kukushkin. Por el momento, sin embargo, los proyectos como el Conectoma Humano representan la vanguardia, y todavía están trabajando en una imagen completa del cerebro en reposo. 

Al igual que la memoria misma, poner ese proyecto en movimiento es también una cuestión de tiempo.


martes, 4 de julio de 2017

La evolución musical obedece a un ritmo universal


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El cerebro está continuamente buscando un ritmo, incluso cuando no hay ninguno.


Vivimos en un universo aleatorio donde el orden tiende a desmoronarse y las estructuras estables (digamos, un planeta) son relativamente pocas y distantes entre sí. Moldeados en esta entropía, nuestros cerebros intentan espontáneamente imponer la estructura o,  buscan un orden en el caos que nos rodea.

La música exhibe algunas similitudes interculturales, a pesar de su variedad en todo el mundo. La evidencia observada en una amplia gama de culturas humanas sugiere la existencia de patrones musicales universales,  definidos aquí como fuertes regularidades emergentes a través de las distintas culturas por encima del azar. En particular, los seres humanos demuestran una propensión general al ritmo, aunque se sabe poco sobre por qué la música es particularmente rítmica y por qué las mismas regularidades estructurales están presentes en ritmos alrededor del mundo. Por tanto, es realmente atractivo investigar  los mecanismos subyacentes a los patrones musicales universales para el ritmo, mostrando cómo la música puede evolucionar culturalmente de la aleatoriedad.

Los instrumentos de percusión pueden haber proporcionado la primera forma de expresión musical en la evolución humana. Los grandes simios, nuestros parientes vivos más cercanos, muestran el comportamiento de la percusión, que pueden aprender socialmente, produciendo secuencias rítmicas de tipo humano. Por lo tanto, el comportamiento de percusión ya puede haber estado presente en nuestros antepasados ​​hace unos millones de años. Los hallazgos arqueológicos también sugieren que el primer instrumento musical humano pudo haber sido percusivo, como también lo atestiguan las sociedades modernas de cazadores-recolectores alrededor del mundo. Esto hace que el ritmo sea una dimensión musical particularmente apta para reconstruir pasos cruciales en la evolución de la música.
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Todas las culturas tienen una música que es rítmica, y estos ritmos muestran propiedades universales, según el estudio publicado en 2011 por Steven Brown y Joseph Jordania en la revista Psychology of Music. Dondequiera que vayas en el mundo, la música rítmica tiene ritmos regularmente espaciados, enfatiza algunos golpes sobre otros (por ejemplo, "downbeats" en música occidental) y contiene motivos de dos y tres tiempos (como marchas y valses, respectivamente). Otra característica común es que los intervalos de tiempo entre pulsos tienden a ser múltiplos de 200 milisegundos. Tanto en una banda militar en Paris como en un baterista tribal en los trópicos, estos patrones siguen apareciendo.

En concreto, seis rasgos rítmicos pueden ser considerados humanos universales, mostrando una mayor frecuencia que la frecuencia casual en general y apareciendo en todas las regiones geográficas del mundo. Estos rasgos rítmicos universales, según la estadística, son:

-        Un ritmo subyacente regularmente espaciado (isócrono), similar a un metrónomo implícito.

-        Una organización jerárquica de pulsos de fuerza desigual, de modo que algunos acontecimientos en el tiempo se marcan con respecto a otros.

-        La agrupación de pulsos en dos (por ejemplo, marchas) o tres (por ejemplo, valses).

-        Una preferencia por agrupaciones binarias (2-beat).

-        El agrupamiento de las duraciones de los pulsos alrededor de unos pocos valores distribuidos en menos de cinco categorías de duración.

-        El uso de duraciones de diferentes categorías para construir riffs, es decir, motivos rítmicos o melodías.

Los patrones parecen estar adaptados al aprendizaje humano, a la memoria y a la cognición. Se podría concluir que el ritmo musical surge parcialmente de la influencia de los sesgos cognitivos y biológicos humanos en el proceso de la evolución cultural.

¿El cerebro humano los genera automáticamente? Andrea Ravignani de la Universidad Libre de Bruselas abordó esta cuestión en un estudio publicado a finales del año pasado en la revista Nature Human Behavior. Los autores utilizaron un ordenador para crear 32 patrones rítmicos que sonaban como una caja de resonancia. Cada uno consistía en 12 pulsos, con un promedio de cinco segundos de duración. Crucialmente, el espaciamiento entre los pulsos y la fuerza de cada uno eran totalmente al azar.

Los autores permitieron entonces que estos ritmos al azar "evolucionaran" experimentalmente con 48 estudiantes voluntarios de la Universidad de Edimburgo, divididos en seis cadenas de ocho individuos cada una. En cada cadena, el primer sujeto escuchó uno de estos patrones aleatorios y trató de repetirlo con la mayor precisión posible en una batería electrónica. Sus imitaciones grabadas se emitieron al sujeto Número 2, quien trató de repetirlas. Las imitaciones grabadas del segundo sujeto pasaron al tercer sujeto por imitación, y así  hasta el sujeto Número 8.



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Una cadena perfecta de imitaciones significaría que el patrón rítmico del sujeto Número 8 sería idéntico al original. Pero los ritmos se modificaban con cada repetición. Si tal deriva fuese aleatoria, los patrones rítmicos de cada uno de los sujetos  Número 8, los últimos de cada cadena, se habrían diferenciado aleatoriamente de cada uno de los sujetos Número 1. Pero, con cada ronda de intento de repetición, el imitador impuso más estructura hasta que, en la octava generación, produjeron patrones que se ajustaron a los universales de rítmica que se describen antes.

Estos patrones aleatorios en su origen se habían estructurado. Los primeros ocho pulsos predijeron el resto. Los golpes se espaciaban regularmente en grupos de dos o tres pulsaciones. Los intervalos entre los pulsos estadísticamente tenían una probabilidad amplia de situarse  alrededor de 200 o 400 milisegundos. Al igual que en la música real.

Esto puede parecer poco impresionante. Después de todo, aunque los sujetos eran no músicos, sin duda conocían la música rítmica. Así que tal vez sólo estaban generando ritmos familiares. Pero el objetivo de cada sujeto era repetir perfectamente lo que él o ella acababa de escuchar. En cambio, inconscientemente, cada participante se desplazó hacia esos patrones universales de ritmo. Esto es tan improbable como un juego de teléfono de ocho personas comenzando con cadenas aleatorias de sílabas sin sentido y produciendo, en la octava generación, una frase que mencionara un hecho histórico popular.

Este no es el único caso de estructura universal que surge de la complejidad de nuestros cerebros. Tomemos la evolución del lenguaje. La historia lingüística ha demostrado que las personas que hablan una mezcolanza de lenguas (por ejemplo, los esclavos de África Occidental en las Américas) pronto crean sistemas de comunicación macarrónico simples construidos a partir de fragmentos de las lenguas individuales. Pero sus hijos luego desarrollan esta comunicación macarrónica en lenguas criollas que son gramaticalmente similares en todo el mundo, como lo ha demostrado el equipo de Derek Bickerton de la Universidad de Hawai.

Nuestros cerebros son las máquinas supremas anti-entropía del universo. Desde "dime lo que ves en esta mancha de tinta" hasta percibir las dispersiones de las estrellas como un caballo centauro o alado, transformamos la aleatoriedad en patrones. Ello hace que las cosas sean más fáciles de aprender, se  transmita información más fácilmente, proporciona comodidad para explicar lo inexplicable y hace que la música sea mejor y más pegadiza.

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